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peligros que semejaban fantasías de leyenda, volvían á arrastrar su fastidio en el suelo natal asaz estrecho.

Los pobres, se habían endurecido demasiado para doblegarse al yugo del trabajo, en su intimidad con los fierros de pelea; los ricos, se apresuraban á vaciar la escarcela en la carpeta. El desprecio del oro conseguido en la guerra, que no era sino una indirecta ostentación de valor, engendraba el desdén hacia toda aplicación productiva. Por nada de este mundo habría degenerado el héroe en comerciante ó en labrador. Acabada la fortuna, lo que acontecía en un tiempo harto breve, si estaba aún vigoroso volvía al teatro de sus hazañas; si viejo, se moría tranquilamente de hambre en su nostalgia de aventuras ultramarinas, ó se metía asceta, para liquidar en la atrición sus cuentas de sangre y de saqueo, pero sin que la reacción fuera jamás hacia el trabajo, penuria de siervos y de gañanes.

El raudal de sangre pura que atravesó el Océano, tornaba viciado por gérmenes de disolución, mucho más activos á causa del trasplante; y aquella diseminación de aventureros, corrompidos por