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meriendas; flotante en la altivez de su ojo arábigo un ensueño de Américas dilapidadas; su sangre hirviendo con la sed de fiestas crueles; su corazón harponeado por amores morenos; gran rodador de escudos, botarate magnífico, tan capaz de un heroísmo como de una estafa; místico bajo la cota, guerrero bajo la cogulla, y pronto siempre á tapar el cielo con el harnero de su capa familiar.

Nadie sintió el estrago, mientras duraron las empresas militares y la embriaguez de victoria que produjeron. Todo parecía conjurarse para realizar el ensueño de riqueza mágica, en las pintorescas regiones donde vestía de oro á su dueño la desnudez de la espada. Pero al producirse la contracorriente conquistadora, en los comienzos del reinado de Felipe II, comenzó el fracaso. La conquista no dió abasto ya para la satisfacción del ideal nacional. Cubiertos de heridas sin gloria por anónimas saetas de bárbaros; con un culto tal del coraje, que las milicias castellanas consideraban cobardía el atrincherarse; curtidos por su desamparo solar de ascios, que habían carecido hasta de su propia sombra; más bravíos, si cabe, al contacto de la breña virgen; orgullosos de haber sobrellevado