Página:El Imperio Jesuitico - Leopoldo Lugones.pdf/358

Esta página ha sido validada
- 324 -

de llegar al abrevadero; sus virtudes, gotas de agua en la sombra, estuvieron cavando, llora que te llora, la ardua roca del egoísmo humano, donde labra el progreso estalactitas tan bellas y tan frías...

Todo lo mismo, todo igual, todo eterno, agrega el pesimista para quien la tradición es un grillete de presidiario. Pero no; esas multitudes caídas son otros tantos mineros de la sombra, que van echando de abajo la tierra nueva cuyo volumen ocupan; y así la historia no puede discernir otra cosa que su perdón á los trabajadores desaparecidos, cuando su obra fracasó en el error, reservando su simpatía á los que, aun en este caso, lucharon por un ideal, sin esperanzas de satisfacción mundana.

El fiasco reside en el monopolio de la eternidad, que las instituciones se atribuyen con una vehemencia equivalente á lo mudable de su condición. Eterno no hay nada, como no sea la incesante conversión de las cosas y de los seres, hacia estados coincidentes por ventura con el ideal de la dicha humana, en unión de la cual se desarrollan determinados por un acuerdo superior; y la fatalidad del Otoño, igual en los ideales como en el año,