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son las únicas progresivas en el medio moderno, la teocracia ó la monarquía cuyo advenimiento soñara el conservatismo miope de la Revolución.

Tiene, pues, la América una deuda de gratitud con el monarca, que eliminando obstáculos al progreso, garantió su estabilidad bajo las formas políticas asumidas luego por los pueblos emancipados.

Primero los «paulistas» con su horrenda incursión á la Guayra, que malogró por muchos años la empresa jesuítica y empequeñeció para siempre su magnitud; después Carlos III, con su radical medida, libraron á la América futura del tropiezo más grave que habría sufrido al libertarse.

Así es como va tejiéndose á través de los tiempos la trama de la historia, y cómo vistos los hechos en su inconsciente fatalidad, resultan igualmente injustos su alabanza y su vituperio. No hay entonces ante el espectador inocentes ni culpables, sino únicamente organismos que luchan por subsistir en el campo de la vida. Jesuitas que se empeñan en mantener un ideal, retrógrado para el nuevo estado de cosas, son del todo idénticos á los demócratas de mañana, que harán lo mismo