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son emigrantes rusos y polacos; oyen resonar en su eco ásperos lenguajes, cuya barbarie es más ruda por contraste con la vocalización guaraní, que en sus onomatopeyas hace murmurar aguas y frondas; repercuten con extrañeza salmodias de ritos ortodoxos y rutenos; ven reemplazado el tipoy de la extinguida aborigen, por la saya roja y el corpiño verde de la campesina estava, que viene á parir sus parvulitos de oro allá mismo donde gatearon los cachorrillos de cobre; pasan de eminentes frontaleras, á acordonar veredas ó canteros; de fustes á poyos, de estatuas á mojones. Mucho si quedan en sus antiguos sitios, sombreadas por el naranjal contemporáneo, en la paz del bosque á cuyo vigor son abono los detritus de la población ausente. Pocos años más, y para recordar la frase antigua, las ruinas habrán también perecido. Reimperará bajo aquellas frondas el inculto desgaire, y el zorzal misionero evocará la última memoria del Imperio Jesuítico en la divagación de su trova silvestre.