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llenas de columnitas, volutas, nichos, multiplicáronse con más buen gusto que vigor, y los decoradores jesuíticos se encontraron á sus anchas en aquel medio. Exageraron desde luego la tendencia, puesto que su objeto respondía á sobreexcitar la atención por medio del recargo llamativo, y hasta parece que hubo un vago intento de restauración bizantina en esta parte.

Falló el éxito enteramente. Mucho más cerca tuvieron los jesuítas al arte arábigo, de máxima pureza en España, donde la imitación bizantina careció de influencia sobre él, y no supieron aprovecharlo. La profusión de sus ornamentos, en los que se ha creído ver algo de medioeval, nada tiene de esto, si se considera su tosquedad deplorable, cuando la Edad Media fué la época de la orfebrería; y en cuanto al decorado, nada tiene que ver con lo bizantino y con lo arábigo, como no sea el predominio de los colores primitivos (azul, rojo y amarillo representado por el oro) que si acompaña estrechamente á los mejores períodos del arte en todos los estilos [1], especialmente en el arábigo,

  1. Ello viene de que dichos colores combinados producen los demás, entre ellos el morado, que está en todos los ambientes