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han corrido gruesas chorreras de plomo; más allá otros aprovecharon como tutores los antiguos machos de urunday, casi del todo cubiertos por su esponjosa leña; y algunos que encontraron en su desarrollo vigas ó tirantes, abrazáronse á ellos, desencajáronlos de sus ensambles, y alzándolos á medida de su crecimienio, forman ahora inmensas cruces ú horcas colosales del más extraño efecto.

Helechos y tréboles gigantes son el tapiz de las antiguas habitaciones; raíces y vástagos componen á sus ruinas una verdadera decoración, cual si quisieran restaurarlas con arte salvaje. De pronto se nota una enredadera que es, para ese fuste, astrágalo perfecto; ó una mata de iridáceas que forma naturales caulículos á aquella columna decapitada. Y el silencio es cada vez más profundo, cada vez más grato. Una extraviada planta de yerba trae á la mente como recuerdo impreciso la pasada historia, y esta circunstancia poética: que cada ruina posee su zorzal-acrece la impresión de melancólica dulzura con los flauteos del solitario cantor.

Allá se tiene, como quien dice en miniatura,