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que sobresalían el coraje y la superstición, dieron igual fondo imperioso á su carácter y á su ideal. Éste era en lo cercano la fama y en lo remoto la religión, es decir dos pasiones. De aquí la intolerancia dominadora y la ausencia completa de espíritu práctico.

Idealista, la empresa que acomete no le interesa, sino porque puede darle timbres de honor; supersticioso, tiene el alma predispuesta á la fantasía de las tierras encantadas; bravo, la empresa más difícil le parece poco para ilustrar su nombradía; ignorante, carece de los puntos de comparación que podrían arredrarle, demostrando lo excesivo del esfuerzo.

Las grandes expediciones, sin consecuencia hasta hoy, ni aun á título de dato geográfico, cual la de aquellos temerarios aventureros que se cruzaron la América desde Quito á la boca del Amazonas; las exploraciones quiméricas en busca del clásico Eldorado, ó de las inhallables ciudades de los Césares [1] revelan en el conquistador, de una

  1. Según el P. Lozano, eran tres, llamadas de los Hoyos, del Muelle y de los Sauces. Creíanlas situadas en los Andes australes, frente al Chiloé, y construídas por unos náufragos españoles que