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por cierto en España, donde el contacto no fué ocasional y meramente guerrero, sino habitual durante ocho siglos: otra circunstancia que acentúa los caracteres del aventurero español. Aquel contagio, no hizo sino avivar en el ánimo del paladín los rasgos fundamentales, puesto que provenía también de una civilización aventurera. Armas civilizadas, éste no las tenía para luchar con el terror que torturaba su espíritu. Toda su ciencia se reducía al blasón, la cetrería y las armas; la filosofía era una especialidad del monasterio; el arte una tarea de villanos y de vagabundos. No le quedaba, entonces, otro refugio espiritual que la fe. En ella se exaltó su bravura y se robusteció su superstición, puesto que era una fe ignorante; y de ella resultó otro rasgo también saliente de su carácter: la tenacidad.

Intrépido, no tenía en ello escasa parte su ignorancia, pues lo cierto es que en fuerza de creer pequeño al mundo, los descubridores se arriesgaron á la empresa que lo agrandó.

El orgullo de raza, despertado por las victorias sobre el infiel, agregaba otro motivo á la bravura; y tal conjunto de cualidades y defectos, entre los