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Es que la vida sedentaria y la división del trabajo llevaban irresistiblemente al progreso, no obstante el hábil equilibrio de la organización jesuítica y el aislamiento en que se la mantuvo; y aquello fué perturbando el organismo salvaje, que evolucionaba desparejo en su doble aspecto físico y moral, cambiado el primero por las nuevas condiciones, mientras el segundo permanecía inmóvil en su nueva idolatría, única condición que se le exigió.

Desequilibrado de este modo, el sér no resiste á la civilización, pues lo mismo en los pueblos que en los individuos, lo físico depende substancialmente de lo moral. El lector que ha notado ya el predominio de este concepto en toda mi apreciación histórica, no extrañará que lo particularice para explicar un fenómeno del cual sacaré consecuencias más adelante.

Restos de una raza en decadencia, la servidumbre en que se hallaron aquellos salvajes no hizo sino acelerar la descomposición, y nadie ignora que el hecho más significativo en una raza decaída es la esterilidad. Inadaptables, además, por las ideas, que es el único acomodo fecundo, á una