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liar, y su primer error fué querer civilizar á la europea un medio semi-salvaje. Pero aquello era ya hereditario, y cambiarlo requería tiempo á lo menos. De una perfecta teocracia se pasaba á una sociedad normal, con el único resultado de engendrar en los poderes desunidos una rivalidad perfecta. El civil tomaba por suyo el nuevo estado de cosas; el eclesiástico pretendía la conservación de todo el privilegio; y sus contradicciones, que degeneraron á poco en escandalosas reyertas, hicieron del indio su víctima. El siervo, destinado á pagar todas las culpas de sus amos, sufrió también las consecuencias de aquel desorden. Empequeñecióse el vasto alcance industrial de la empresa, decayendo hasta una sórdida explotación dividida á regaña dientes entre misioneros y administradores. El peculado, lacra eterna de la administración española, lo contaminó todo sin consideración, pues siendo aquello de la Corona, resultaba ajeno para unos y otros. Nadie tenía interés en cuidar una obra que no era suya. Ganados y yerbales, explotados sin miramientos, se acababan porque no los reponían; y los indios, sin amor hacia una cosa de la que tampoco eran pro-