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ridad exterior, jamás la nación fundada con las tribus guaraníes por plantel, habría alcanzado el respeto del inmenso reino español, siendo por el contrario una presa entregada á la voracidad de las naciones colonizadoras. La situación de vasallos implicaba para los jesuítas todas las garantías que da á los suyos una nación poderosa, sin los deberes que les impone en compensación, pues eran autónomos y privilegiados; mientras que la independencia, empezando por echarles de enemigo á la madre patria, no les daba por de contado otra perspectiva que la ruina. Súbditos, quedaban protegidos; independientes, permanecían encerrados en una comarca mediterránea y rodeada de enemigos: eran cosas demasiado graves para sacrificarlas al patriotismo sentimental. No resta otra hipótesis, en efecto, y ya se sabe que los jesuítas no tenían patria en verdad, consistiendo en esto su fuerza de expansión superior á la de los gobiernos. Esparcidos por todas las naciones, mal podían hacer cuestión patriótica en ninguna, pues la influencia que pretendían respetaba las formas externas. Era la restauración del dominio moral de Roma sobre los poderes tempo-