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para él un culto; y siendo solamente bravo, degeneró con toda facilidad en cruel. La misma cortesía, que fué el rasgo amable de su condición romántica, se tuvo por nada mientras no pudo tributar vidas de hombre á la prez de la dama preferida. Poco á poco, los trofeos de honor se convirtieron en su único salario, y como la guerra lo justificaba todo, el pillaje fué para él ocupación lícita; despojó á mano armada, los derechos más írritos, como el de fractura que enriqueció á tantos feudos ribereños, consagraron sus demasías, y la protección á los bandoleros, flor de sus huestes, fué tan celosamente conservada, que sólo bajo Felipe II, las Cortes de Tarazona dieron á los oficiales reales potestad de penetrar en los señoríos persiguiendo malhechores.

Con la ambición se hermanaban en su espíritu dos pasiones correlativas-la superstición y el juego, siendo éste al fin y al cabo un estado de guerra, en el cual, como en los trances bélicos, son elementos decisivos de triunfo la audacia, la oportunidad y la astucia; nada diré de la superstición, que fué la enfermedad espiritual característica de la Edad Media, y quizá la más lúgubre forma