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con fino espíritu práctico, y nunca la emprendían sin el correspondiente concurso militar. Ya los que entraron á la Guayra en 1609, llevaban su escolta de mosqueteros [1].

Quedaban, por lo demás, los otros arbitrios del caso para apoyar la acción bélica. Sucesos impresionantes, como las borrascas, estampas que representaban los tormentos del infierno ó la bienaventuranza de los santos, aplicados con oportunidad al asunto y en fácil competencia con míseros hechiceros, les daban pronto la ventaja. Estos eran, sobre todo, médicos; y es de imaginar cómo saldría aquella ciencia, base de su prestigio, en pugna con hombres civilizados y sagaces cuyos actos resultaban milagrosos en relación.

Las acciones de guerra, no producían sino triun-

  1. En una carta dirigida al gobernador de Buenos Aires (1746) el P. Cardiel elogia la dedicación con que la Corona protegió siempre á las misiones del Nuevo Mundo, enviando ministros evangélicos «y señalando en casi todas las provincias buen número de soldados que les sirvan de escolta en sus ministerios. Pues además de los muchos que tiene pagados para esto en Filipinas, Marianas y Méjico... en Buenos Aires tiene pagados para lo mismo 50 con su capitán... Todos estos soldados de todas estas provincias, son para sólo los misioneros jesuítas y no de otra religión».