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Ellos y los árabes, resistieron cuanto les fué posible al destierro, prueba evidente de que se hallaban harto bien en la Península. Vencidos, perseguidos, humillados, sin esperanza de riqueza material siquiera, sólo la atracción de la raza puede explicar su constancia. Consideraban su patria á España, lo soportaban todo por vivir en ella-no digamos años sino siglos después de la derrota-sin la más lejana idea de reconquista ya, dejando rastros de esta invencible afección en toda la literatura contemporánea.

Los moros nunca abandonaron sus costumbres del todo, no digamos ya en las Alpujarras donde disfrutaban de una autonomía casi completa, sino en el resto de la Península y bajo su forzada corteza de cristianos; igual sucedía con los hebreos, continuando esto, profundamente, la impregnación que la guerra había abolido en la superficie.

Además España, militarizada en absoluto por aquella secular guerra de independencia, se encontró detenida en su progreso social; y este estado semibárbaro, que luego trataré detalladamente, unido al predominio del espíritu arábigomedioeval antes mencionado, le dió una capacidad