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enteras se envanecían con el roquete y los zapatos de un monaguillo. El pueblo aplaudía entusiasta á las comparsas de niños, que trajeados de ceremonia recitaban loas ó danzaban, componiendo con sus figuras cifras místicas, al compás de estrepitosas orquestas. Petardos, cajas, clarines y cascabeles que propagaban su sonoro escalofrío en el temblor de las gualdrapas, subían hasta lo delirante la fanfarria clamorosa. Simulacros militares, encendían el atavismo bélico de la sangre aún montaraz; corridas de sortijas, autos en guaraní, toscas comedias, enteraban el programa, todo ello rematado por general comilona al aire libre, bajo las galerías que rodeaban la plaza.

La procesión del Corpus era especialmente suntuosa. El oficiante recorría la plaza, deteniéndose en multitud de sitiales, bajo cuyos camones de follaje aleteaban pájaros de los más brillantes colores, sirviéndoles también de adorno vistosos peces conservados en diminutas canoas. Los acólitos iban sembrando el piso con granos de maíz tostado, que imitaban blancas florecillas, y la dulzura del ambiente, que perfumaba el naranjal cercano, imprimía un sello de tierna unción á la fiesta.