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sión, que la desprendía del Perú para facilitar su administración espiritual, habría debido crearse otra en el Tucumán. Es que mientras la conquista laica seguiría buscando su contacto con el Perú, desde aquel centro y desde el Paraguay, la espiritual, más audaz, más lógica, y sin el estorbo de los límites territoriales, orientaría todas sus aspiraciones á conseguir el desahogo marítimo por la costa del Brasil.

La primera, dirigida desde España sobre la base de informes no siempre desinteresados y fieles, tuvo por norte el miraje del oro; con más que las posesiones portuguesas la habrían opuesto siempre un obstáculo, á querer tomar el rumbo de la segunda.

Ésta, concebida por un poder nada disperso en complicaciones políticas, y exento de penurias económicas, contó desde el primer momento con la experiencia de hombres avezados é inteligentes, que percibieron sin vacilar la futura grandeza, apreciando á la vez, en su justo valor, la importancia real de aquel oro que tantas cabezas trastornaba. No le desconfiaban los intereses patrióticos, puesto que su influencia era igual en las naciones