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exceder de dos meses, quedando libres el resto del tiempo, y es difícil concebir nada más humanitario; pero como el gobierno, en el intento de abrir cuanto antes el país, permitía las expediciones particulares contra los indios, y el consiguiente establecimiento de encomiendas yanaconas, que eran naturalmente la más solicitadas-las mitayas quedaron abolidas de hecho.

Su institución fué algo así como la coartada moral del poder; pero dadas las costumbres y el concepto legal predominantes, la excepción se convirtió en regla, acentuando más todavía el carácter de conquista que revistió la ocupación.

Igualmente desusadas quedaron las obligaciones que la Corona imponía á los encomenderos, en lo relativo al trato de sus indios. En una y otra clase de encomienda, el dueño no podía venderlos ni abandonarlos, aun por razones de enfermedad; estaba así mismo sometido á cuidarlos, alimentarlos, doctrinarlos, darles oficio; y existía además otra prescripción, que comportaba una verdadera garantía del porvenir: tanto los yanaconas como los mitayos, quedaban libres á las dos generaciones, con la sola carga de un módico tributo.