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gueados por funestos escalofríos bajo los chaparrones, profundizando su silencio lóbrego entre el agua implacable-ninguno, sin embargo, desfalleció; y tiene algo de dantesco aquella feroz pandilla, que arrastra sus lodientos harapos bajo ese bosque, medio engullida en líquida tumba por el charco cálido y muerto como una jofaina de pediluvios.

Treinta días duró aquello, pues fueron y volvieron á su través; y si hubo motines, se debieron á la disciplina que intentó imponer el Adelantado para contener las depredaciones. El saqueo y la lujuria componían su pitanza de tigres, que no había podido arrebatarles el Papa mismo.

Así fueron los dominadores del salvaje.

Conforme á cédula real, Irala había empadronado y repartido con perfecta equidad los primeros indios en número de veintiséis mil.

A este objeto, se los dividía en dos clases. Los yanaconas ó vencidos en guerra, que componían las encomiendas perpetuas; y los mitayos, sometidos voluntariamente ó por capitulación, en cuyas encomiendas sólo trabajaban los varones de dieciocho á cincuenta años. Su tarea anual no debía