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humanidad se les discutía. Un feroz individualismo reinaba en aquellas huestes, apenas vinculadas por la propia inseguridad. El botín, precario casi siempre, ocasionaba disputas cuya inmediata consecuencia era el homicidio. En torno de la fogata que formaba el corazón del vivaque, antes que los pucheros funcionaban los cubiletes. Ni la fatiga de jornadas terribles, ni las heridas del dardo salvaje, extinguían aquella pasión en sus férreas naturalezas. Y entrada la alta noche, bajo la sombra de aquellos bosques sin rumores, que atemorizaba á veces el rugido de algún jaguar en ronda, salían del atroz peladero para improvisar sus tálamos brutales en el rebaño de cautivos, ó para dirimir en el asesinato anónimo una apuesta infortunada, una fullería, una broma quizá.

Dogos sobre un hueso, á puñaladas y arcabuzazos disputaban la menguada presea que la suerte les ponía al alcance, en los cabellos de alguna india opulenta, estando su avaricia en razón directa de la escasez. Cómplices, no compañeros, aquellas expediciones los unían como un delito; y sólo por indefensos prefería á los indios su ferocidad. Allá dominaban exclusivos el coraje y el interés.