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inofensivos, y agrega para demostrarlo, que un ejército de 28.000 indios, por ejemplo, vale tanto ó menos que uno de niños, considerando que sus guerras no pueden ser calificadas ni siquiera de estorbo. A pesar de esto, el P. Lozano los da por guerreros temibles, cuya única ocupación era combatir, y los presenta como antropófagos. Ambas opiniones son á todas luces exageradas, en el primero por las razones que el Capítulo IV dará al lector; en el segundo, para encarecer los méritos de sus hermanos. Pero sea como quiera, lo cierto es que sigue faltando el testimonio ocular. Nadie «vió».

Es igualmente extraño que ninguno de los indios reducidos, intentara reincidir en una costumbre de extirpación muy difícil, cuando es inveterada, puesto que implica para el caníbal la pasión misma de la gula. Los asesinatos de jesuítas, que trataré á su tiempo, fuera de haber sido escasísimos, y en ningún caso muestras de refinada maldad, no presentan ejemplo de que los indios se comieran á ningún padre. Por el contrario, consta en los panegíricos del doctor Xarque, que los hechiceros indios se oponían á la acción religiosa de