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mismo acontece rara vez. Los árboles necesitan estirarse mucho para alcanzar la luz entre aquella densidad, resultando así esbeltamente desproporcionados entre su altura y su grueso.

Los escasos claros, redondeados por la expansión helicoidal de los ciclones, ó las sendas que cruzan el bosque, permiten distinguir sus detalles. Admirables parásitas, exhiben en la bifurcación de los troncos, cual si buscaran el contraste con su rugosa leña, elegancias de jardín y frescuras de legumbre. Las orquídeas sorprenden aquí y allá, con el capricho enteramente artificial de sus colores; la preciosa «aljaba» es abundantísima, por ejemplo. Líquenes profusos, envuelven los troncos en su lana verdácea. Las enredaderas cuelgan en desorden como los cables de un navío desarbolado, formando hamacas y trapecios á la azogada versatilidad de los monos; pues todo es entrar libremente el sol en la maraña, y poblarse ésta de salvajes habitantes.

Abundan entonces los frutos, y en su busca vienen á rondar al pie de los árboles, el pecarí porcino, la avizora paca, el agutí, de carne negra y sabrosa, el tatú bajo su coraza invulnerable; y