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de ese derrumbe vertiginoso, que un siglo después del gigantesco Carlos V, iba á desenlazarse, conservando el estigma atávico, en la elegante degeneración de Felipe IV-aquel dandy de la catástrofe, que veía arruinarse su imperio entre comedias, amores de bambalinas y disputas teológicas sobre la Inmaculada Concepción.

El estado anormal quedaba erigido en la ley eterna; y ese ideal absurdo, que el pueblo acogió con candorosa altivez, imposibilitaba para siempre todo progreso, á despecho de cualquier éxito material.