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la base de una patriótica fidelidad. La monarquía hizo de esto su fuerza, erigiendo á la lealtad en virtud suprema y cultivándola profundamente, puesto que á su sombra se perpetuaba el privilegio, y las instituciones asumían, sin esperanza de cambio, la absoluta y anhelada inmovilidad.

La religión, única influencia íntima en el alma popular, fomentó aquella virtud, bajo la forma de respeto místico que la acercaba al culto, inmóvil también en su afirmación de eternidad; y esto sucedía precisamente cuando el mundo entero empezaba la evolución industrial, que había de producir la democracia en política y el positivismo en filosofía, formas flexibles por excelencia, es decir de adaptación constante á sus medios.

El ideal español procedía á la inversa, pues residiendo para él en la religión y en la monarquía la perfección absoluta, que les aseguraba por de contado la eternidad, era el medio lo que debía adaptarse á ellas. La existencia de aquel pueblo quedó establecida sobre esa transgresión de una ley natural, y todo su esfuerzo había de consagrarse en lo sucesivo á mantener semejante situación.

Nada lo acobardaría, ni siquiera el espectáculo