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LII — Carta del Señor Hernández.

encuentran representados todos los matices de la opinión, deseo significar con este recuerdo un legítimo agradecimiento, haciéndolo extensivo á muchos órganos de la prensa Oriental, como «La Tribuna» y «La Democracia» de Montevideo, «La Constitución» y «La Tribuna Oriental» de Paysandú, que, ó lo han reproducido íntegro ó en parte, ó lo han favorecido con sus juicios, popularizando la obra, y honrando al autor.

La publicación ilustrada «El Correo de Ultramar» le brindó en sus columnas acojida que no podía ambicionar jamás esa creación humilde, nacida para respirar las brisas de la Pampa, y cuyos ecos solo pueden escucharse, sentirse y comprenderse en las llanuras que se extienden á las márgenes del Plata.

Por lo que respecta á los escritores cuyos fallos honrosos colocan Vds. al frente de la nueva edición, ellos comprenderán los sentimientos que me animan, con solo manifestarles mi persuación íntima de que, el éxito que pueda alcanzar en lo sucesivo, lo deberá casi en su totalidad á esos protectores, que han venido galante y generosamente á abrirle al pobre gaucho las puertas de la opinión ilustrada.

Ellos son autores, y de producciones ciertamente de mayor mérito que la mía, aunque de diverso género, y ellos saben por experiencia propia, cuan íntima satisfacción derrama en el espíritu de quien ve su pensamiento en forma de libro, el ver ese mismo libro hojeado por los hombres de letras, honrado con su aprobación y prestigiado con su aplauso.

Aquí podría, y hasta quizá debería poner término á esta carta, puesto que he cumplido los principales objetos que he tenido en vista; pero sea el hábito que se forma todo el que se pone en frecuentes confidencia con el público, ó sea cualquiera otra razón, lo cierto es, que siento la necesidad de dar expansión á mis ideas, y de dejar correr libremente el pensamiento siquiera por algunos instantes.

Quizá tiene razón el Sr. Pelliza al suponer que mi trabajo responde á una tendencia dominante de mi espíritu, preocupado por la mala suerte del gaucho.

Mas las ideas que tengo al respecto, las he formado en la meditación, y después de una observación constante y detenida.

Para mí, la cuestión de mejorar la condición social de nuestros gauchos, no es solo una cuestión de detalles de buena administración, sino que penetra algo mas profundamente en la organización definitiva y en los destinos futuros de la sociedad, y con ella se enlazan íntimamente, estableciéndose entre sí una dependencia mútua, cuestiones de política, de moralidad administrativa, de régimen gubernamental, de economía, de progreso y civilización.

Mientras que la ganadería constituya las fuentes principales de nuestra riqueza pública, el hijo de los campos, designado por la sociedad con el nombre de gaucho, será un elemento, un agente indispensable para la industria rural, un motor sin el cual se entorpecería sensiblemente la marcha y el desarrollo de esa misma industria, que es la base de un bienestar permanente y en que se cifran todas las esperanzas de riqueza para el porvenir.

Pero ese gaucho debe ser ciudadano y no paria; debe tener deberes y también derechos, y su cultura debe mejorar su condición.

Las garantías de la ley deben alcanzar hasta él; debe hacérsele partícipe de las ventajas que el progreso conquista diariamente: su rancho no debe hallarse situado mas allá del dominio y del límite de la Escuela.

Esto es lo que aconseja el patriotismo, lo que exije la justicia, lo que reclama el progreso y la prosperidad del país.

No se cambia en un año, ni en un siglo á veces, la planta de la riqueza pública de una Nación.

Muchas falsas teorías, muchos principios erróneos, y que eran aceptados hasta hace pocos años como axiomas á los cuales estaban obligadas á ajustarse todas los ideas, han venido á ser destruídos por los adelantos de la ciencia, y por los fantásticos progresos que el genio del hombre realiza á cada instante.

Así ha sucedido en todas las ciencias, así sucede por lo tanto en las ciencias sociales.