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XXXII — Juicios críticos.

Ay! mi Dios — si me quedé
Mas triste que Jueves Santo.

Solo se oiban los aullidos
De un gato que se salvó,
El pobre se guareció
Cerca, en una viscachera —
Venía como si supiera
Que estaba de güelta yo.

Al dirme dejé la hacienda
Que era todito mi haber —
Pronto debíamos volver
Sigun el Juez prometía,
Y hasta entonces cuidaría
De los bienes, la mujer.

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Después me contó un vecino
Que el campo se lo pidieron —
La hacienda se la vendieron
En pago de arrendamientos
Y qué sé yo, cuantos cuentos,
Pero todo lo fundieron.

Los pobrecitos muchachos
Entre tantas afliciones
Se conchavaron de piones
¡Mas qué iban á trabajar,
Si eran como los pichones
Sin acabar de emplumar!

Por ahi andarán sufriendo
De nuestra suerte el rigor:
Me han contado que el mayor
Nunca dejaba á su hermano —
Puede ser que algún cristiano
Los recoja por favor.

Y la pobre mi mujer
Dios sabe cuanto sufrió!
Me dicen que se voló
Con no sé qué gavilan —
Sin duda á buscar el pan
Que no podía darle yo.

No es raro que á uno le falte
Lo que á algún otro le sobre —
Sino le quedó ni un cobre
Sino de hijos un enjambre,
Qué mas iba á hacer la pobre
Para no morirse de hambre!

¡Tal vez no le vuelva á ver,
Prenda de mi corazón!
Dios te dé su proteción
Ya que no me la dio á mi —
Y á mis hijos dende aqui
Les echo mi bendición.

Como hijitos de la cuna
Andarán por ahi sin madre —
Ya se quedaron sin padre
Y ansi la suerte los deja,
Sin naides que los proteja
Y sin perro que les ladre.

Los pobrecitos tal vez
No tengan ande abrigarse,
Ni ramada ande ganarse,
Ni rincón ande meterse,
Ni camisa qué ponerse,
Ni poncho con qué taparse.

Tal vez los verán sufrir
Sin tenerles compasión —
Puede que alguna ocasión
Aunque los vean tiritando,
Los echen de algún jogón
Pa que no estén estorbando.


Estos versos tan naturales, tan sentidos, que parecen escritos con lágrimas, estas quejas tan tiernas, tan patéticas, y que harían llorar á las piedras, si las tuvieran: ¿no dicen nada al corazón, ni á la inteligencia de las gentes que se llaman ilustradas, de los hombres que gobiernan y hacen las leyes? ¿No conmoverán á los que tienen el poder y el deber de poner término á tales atrocidades, á tales sufrimientos? Probablemente nó, porque Martin Fierro es un bárbaro, un gaucho que se vá.

— ¿Que importa entonces que haya nacido en el pais, que haya derramado su sangre defendiéndolo contra los extranjeros ó los indios, que la haya derramado en las contiendas civiles en defensa de gobierno, de libertades y leyes, de que gozarán otros, pero de que él jamás gozará? ¿quién es él, para interrumpir con sus penas los placeres y el sosiego de un hombre ilustrado, de un hombre del poder? ¿qué importa su llanto, sus desgracias, si la sociedad, si los gobiernos están á demasiada altura para fijarse en los