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XII — Juicios críticos.

Lima, Mayo 5 de 1879


Señor D. José Hernandez.

Buenos Aires.
Muy Señor mío


Hace años que mi difunto y excelente amigo D. Juan María Gutiérrez me remitió la primera parte de su bellísimo «Martin Fierro» que leí con mucho agrado. Mis poetas predilectos han sido siempre los que como Vd. hacen gala de sencillez y no andan rebuscando conceptos.

Hoy he recibido, con una amable dedicatoria de Vd. las partes primera y segunda de su libro, que enriquecerá mi modesta biblioteca americana. Doy á Vd. las gracias por el obsequio y por los benévolos elojios con que me favorece.

El delicadísimo Antonio de Trueba envidiaría á Vd. las páginas 49 y siguientes de la 2ª parte. El contrapunto entre el payador negro y «Martin», es magnífico. Igual aplauso tributo al capítulo 32 en que «Martin» aconseja á sus hijos — Allí hay filosofía sin relumbron y verdadero sentimiento poético — Son dos cuadros de pluma de maestro.

La poesía popular que cultivaron Hidalgo y Ascasubi, está llamada á ejercer positiva influencia sobre la moralidad del pueblo. Consagrarse á ella como Vd. lo hace, es ejercer un sacerdocio. No desmaye Vd.

Hace años que he dejado de rendir culto á las musas, por consagrarme á registrar apolillados infolios históricos. Pero siempre leo con gusto versos, cuando ellos campean el espíritu que en los de Vd. me encanta.

Reiterando á Vd. mis felicitaciones por el buen desempeño de su «Martin», me es grato ofrecérmele muy de corazón, como su amigo afectísimo.



Por conducto de la Legación Peruana, en Buenos Aires, podría Vd. mandar un ejemplar de su obra á la biblioteca de Lima, donde hay un salón destinado solo á libros americanos. La República Argentina apenas figura con 300 volúmenes entre cerca de 4000 correspondientes á las demás secciones.


El «Nacional» — Buenos Aires, Julio 7 de 1879


Señor D. José Hernandez.

Lima, Abril de 1880.

Primo mio y querido amigo:

Por mi hijo Julio he sabido con pena que Vd. no recibió la carta en que le daba un millón de gracias y felicitaciones, anunciándole haber llegado á mis manos el precioso obsequio con que Vd. me favoreció: la segunda parte de su bellísimo poema, «Martin Fierro».

En Lima ha tenido entusiasta acogida esta publicación, cuyas bellezas poéticas deleitarán á los lectores de todas latitudes; pero solo á nosotros, hijos de ese país mágico del fantasista lenguaje, nos será dado gustar con su deliciosísimo sabor, el colorido local de esas gráficas imágenes que hacen de este libro una serie de cuadros plásticos de sorprendente verdad.

— Estoy encantado con el «Martin Fierro» de Hernandez — díjome uno de los primeros literatos de Lima.

— Y sin embargo — respondí — para ustedes; ese hermoso poema es Rosario en Berberie.

— ¿Por qué?

— Porque la mitad de sus bellezas son para ustedes sanscrito: no las comprenderán.

— Pues yo las percibo muy bien.

— ¡Error! O sino expliqueme Vd. esta:

Nos retiramos con Cruz
A la orilla de un pajal.
Por no pasarlo tan mal
En el desierto infinito,
Hicimos como un bendito
Con dos cueros de bagual

— Pues claro: en lo del bendito expresa la prontitud con que arreglaron las pieles de ese animal.

Y cuando le hube explicado el problema