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Juicios Críticos


sobre


Martín Fierro


Sr. D. José Hernández.


Estimado señor


Hace algún tiempo, bajo el peso de un rudo golpe para mi corazón, recibí un libro suyo. Me fué imposible entonces agradecerle su atención, y estaba con el pesar de esa deuda, cuando me he encontrado con «La vuelta de Martin Fierro».

Si tuviera el ánimo predispuesto á escribir esas cosas que solo nacen espontáneamente, sin que la voluntad mas decidida pueda engendrarlas, habría arrojado sobre el papel mas de un reflejo de las impresiones que sus estrofas han despertado en mi alma.

He ensayado y no puedo; quiero por lo ménos en esta desaliñada carta, decirle que he leído su libro, de un aliento, sin un momento de cansancio, deteniéndome solo en algunas coplas, iluminadas por un bello pensamiento, casi siempre negligentemente envuelto en incorrecta forma.

Algo que me ha encantado en su estilo, Hernández, es la ausencia absoluta de pretensión por su parte. Hay cierta lealtad delicada en el espíritu del poeta que se impone una forma humilde y que no sale de ella jamás, por mas que lo aguijoneen las galanuras del estilo. — Usted ha hecho versos gauchezcos, no como Ascasubi, para hacer reir al hombre culto del lenguaje del gaucho, sino para reflejar en el idioma de éste, su índole, sus pasiones, sus sufrimientos y sus esperanzas, tanto mas intensas y sagradas, cuanto mas cerca están de la naturaleza.

¡Que se han vendido más de 30 mil ejemplares de su libro, me dice alguien asombrado! — Es que los versos de «Martin Fierro» tienen un objeto, un fin, casi he dicho una misión.

No hay allí la eterna personalidad del poeta, sobreponiéndose en su egoísmo á la palpitación de ese corazón colectivo que se llama humanidad.

Donde hay una masa de hombres, el drama humano es idéntico. — En su «Martin Fierro» se encuentra la misma tristísima poesía, la misma filosofía desolada que en los versos de Caika Mouni, cantados en los albores de la historia humana; ó en las estrofas de Leopardi, elevándose en el dintel de nuestro siglo como un presagio funesto para los hombres del porvenir.

Reúnase en una noche tranquila un grupo de gauchos alrededor de un fogón y léaseles, traducido por Vd. y en versos propios del alcance intelectual de esos hombres, el Otello de Shakespeare. Tengo la profunda convinción que el espantoso estrago que los celos causan en el alma del Moro, despertará una emoción