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dar de cuartos á un hombre estravagantemente vestido, que tocaba el tamboril; mientras un muchacho de unos doce años, cubierto de harapos, y no tan limpio como cualquier cosa sucia, gritaba sin parar, díciendo:

—Vamos, señores; ¿quién por dos cuartos no ve todos los paises de la tierra y de la luna? Reparen él ahorro de dinero que esto puede proporcionarles.

—Aquí, aquí, señores y señoras de ambos secsos, y verán, sin necesidad de estropearse corriendo en un carruaje, de marearse navegando, ni de morirse de hambre y de asco en las posadas, todo lo que pasa desde la isla del gigante Rebienta-