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Viéndose nuestro hombre atacado de veras, y recordando que se las habia con uno, que, como se dice vulgarmente, podia meterle el susto en el cuerpo, varió de conversacion, y se marchó á poco, incorporándose con una familia de las que peor habia tratado algunos momentos antes.

—No tenia á este (dije yo) por una cabeza tan infeliz; le habia hablado pocas veces, y como tiene un esterior tan agradable, confieso que me engañó.

—Como á otros, repuso Pepe, le hace falta quien le trate con severidad, y no le adule por su dinero, ó por su buena presencia. Este muchacho es hijo de un asturiano honradísimo, su padre fue á mi pueblo hace treinta años, y entró á servir en casa de un comerciante muy rico, allí á fuerza de trabajo y de virtuosa probidad llegó desde simple criado á socio del que antes servia, se casó despues con su hija única, y hoy es uno de los hombres mas justamente venerados en el país. Tiene dos hijos que él hubiera dedicado al comercio; pero su mujer, que carece de la dulzura de nuestras paisanas y á quien sobra mucha vanidad, ha querido educarlos á su modo, y á lo último ha gastado cada uno en estudios, que no ha hecho, y para los cuales no era á propósito, cien veces mas de lo que suelen gastar otros, instruyéndose bien.

A este le dió por ser abogado; los mejores profesores de Cuba enseñaron al niño que, aunque no era el mas aprovechado en el colegio, casi siem-