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obligaba á guardar semejante postura. Se apeó de su caballo, y al poner la mano sobre aquel cuerpo le halló todo mojado, latia muy poco el corazon y la respiracion apenas se sentia. Con mucho trabajo logró incorporarle, ayudado por el hombre que le acompañaba; mas no pasó un minuto despues de esto cuando el herido, volviendo en sí, despues de un profundo gemido dijo:

—¡Ah! ¿quién es la buena alma que me socorre y me vuelve á la vida?

—Es Dios, contestó el Sacerdote, que ha traido aquí al mas indigno de sus ministros para recibir de V. la confesion de sus culpas, y ausiliarle con el fin de lograr la salvacion de su alma, y volver si es posible la salud al cuerpo.

—¡Oh padre! lo último es imposible, porque estoy muy mal herido, y conozco que se me va acabando por momentos la poca vida que me queda; y lo primero es igualmente desesperado, porque soy un infame y mi vida es un tejido de crímenes.

—Hijo mio, confia en la divina Providencia, abre tu corazon á un ser infinitamente misericordioso, confiesa y arrepiéntete de tus culpas, que Dios las perdonará.

—¿Es posible padre? ¿Dios perdona á hombres como yo que merezco arder en el infierno? El bueno del Señor cura le predicó tanto y tan al alma, que al último se decidió, é iba á comenzar el Yo pecador; pero el canto del pájaro malo le anudó la garganta y no pudo articular ni una palabra.

—Vamos, hijo, ¿porqué tardas tanto? le dijo el Sacerdote.