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—Vaya, veo que quieres contarme un cuento, que de todo tendrá menos de verdadero.

—Todo el pueblo sabe la historia de la muerte de Gregorio Rodriguez, que tiene mucho de verdad, y es extraño que su merced no la sepa.

—Me alegro mucho de no saberla, porque así te la oiré contar, y entretendrémos un rato el camino.

—Pues señor, comenzó Jacinto, habia en el barrio de la Jagua un mozo de unos veinte años, llamado Gregorio, ó Goyo, hijo de Atanasio Rodriguez, uno de los que fueron á buscar á los Ingleses al puente de Martin Peña, con aquel tremendo Diaz, que dicen los desafiaba encaramado sobre uno de los pedazos que de dicho puente habian quedado cuando lo volaron los sitiadores. Este tal Goyo era alto, grueso á proporcion, y tenia mas fuerza que una yunta de bueyes: nadie podia aguantar su genio; á los doce años hirió á un hermano suyo, y á los diez y ocho levantó la mano á su padre, que aunque hubiera sido para él un extraño, no merecia semejante injuria, porque todos le teníamos por el hombre mejor del mundo. El pobre viejo sufrió con mucha paciencia los golpes de su hijo, y cuando se vió libre de él, arrodillándose en medio del soberado levantó las manos al cielo diciendo: ¡Dios mio! perdona á ese muchacho, que no sabe lo que acaba de hacer conmigo.

Pasaron de esto algunos meses, y el padre y el hijo parecian olvidados de lance tan desgra-