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do el que se atreve á presentarse en la carrera con un mal caballo, ó que no esté bien enjaezado; por la noche sucede todo lo contrario: las cómodas y económicas banastas reemplazan á la silla; y una fresca chaqueta de lienzo al rico dorman de paño, que es el vestido que mas usan los que corren á aquella hora. Poco importa que el animal sea de primera casta, ó un descarnado platanero, que no por esto queda sin correr, sino que lleva su ginete, y quizás por añadidura una de aquellas morenitas capaces de hacer bailar la jurga á un magistrado del tiempo de Cárlos tercero.

En muchas esquinas encienden hogueras, cuya luz unida á la que presta el escelente alumbrado de aquella ciudad, permite distinguir perfectamente las fisonomías. El frente de las casas es ocupado por una hilera de sillas, y estas por otros tantos curiosos, que cruzan dichos, á veces muy agudos, con los que pasan por medio de la doble fila á todo correr, y con los de la acera opuesta; pero el centro comun de estas agudezas, el teatro de escenas mas animadas, el punto de reunion de la gente de broma, es el atrio de la Catedral, llamado en aquellos dias Balcon de los arrancados.

El estar en la calle del Cristo, una de las mas favorecidas por los corredores, el tener á su frente una plaza, y el ser un lugar espacioso, de poca elevacion y seguro por estar murallado, dan á este sitio la preferencia; reuniéndose en él una especie de tribunal, que juzga la bondad de los ca-