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el que pretendiera demostrar en que tiempo han sido mas ó menos útiles.

Yo creo que, á pesar de su dignidad, no dejaria nuestro primer padre de dar algunas carreritas cuando no tenia otra ocupacion que gozar de las delicias del paraíso en compañía de Eva; y á juzgar por lo que nos sucede á sus míseros descendientes, debió correr mucho mas, y con menos alegría, desde el momento en que se le acabó tan buena vida y tuvo que ganar el pan con el sudor de su rostro.

Desde tan remota antigüedad hasta la época en que vivimos no hay quien de un modo ú otro no haya corrido: unos á pié, otros en pollino, unos al paso, otros al trote y no pocos á todo escape, todos caminamos; y aunque de distinto modo y por vias á veces encontradas, llegamos siempre al mismo término.

Pero no es mi intento hablar de tantos y tan diversos modos como hay de llegar al fin de nuestra carrera, porque es asunto demasiado grave, que me guardaré muy bien de tocar; solo quiero ocuparme de lo que comprende el título de este artículo, y todo lo que no sea «Carreras de S. Juan y San Pedro en la Capital de Puerto-Rico» queda escluido de él.

A pesar de mi genio, procuraré, lector querido, ponerme un poco serio, porque la costumbre de un país es cosa delicada y debe tratarse con circunspeccion. Solo pido que tengas en cuenta mi buen deseo, para que disimules las faltas, que no