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vencer las razones del buen Sacerdote. Venia cabizbajo, y su rostro espresaba un acerbo dolor.

—¡Ah! Señor Cura! ¡Cuánto deseaba hallar á V. para que me consolara! ¡Vengo loco... creo que mi cabeza se trastorna.!

—Vamos á mi casa, y allí veremos si puede dar á V. un consuelo este pobre viejo, que ya pertenece mas al otro que á este mundo.

—No se moleste V. señor Cura; lo que tengo que decir no es un secreto para mi compadre y mi ahijado, ¡Oh! añadió lo que á mi me pasa no es mas que un castigo del cielo por haber desoido la voz de un ministro del Altísimo ¡Qué desgraciado soy!

¿Recuerdan Vds., continuó dirigiéndose al señor Cura y al otro anciano, lo que pasó en este mismo lugar hace veinte años? Yo, terco é imbécil, me reí de mi compadre que dió á sus hijos una enseñanza acomodada á su inclinacion, y dejé á los mios en la mas completa ignorancia: aquellos son la envidia de todo el pueblo, y yo no recibo sino pesares, que acabarán pronto con mi vida: mis hijos no se acompañan con personas decentes, porque dicen que todos se les rien en la cara; no trabajan en el campo, alegando que se revientan y no ganan un maravedí; al paso que nuestro vecino, el hijo de mi compadre, con quien estan reñidos sin motivo, gana cuanto quiere, sin molestarse, porque labra la tierra de un modo que ellos ignoran; se entregan al juego y á otros vicios, que les enseñan sus malas compañías; cuando preten-