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gran manera el bienestar de que disfrutais, y á no ser por la algazara que moviais al entrar, y por el traje no muy arreglado de algunos de vosotros, no os tuviera por enfermos: tal es la cortesía con que os habeis conducido en mi presencia; sobre todo me ha parecido escelente la arenga de este buen señor.

—Yo no soy buen señor, interumpió el loco, yo soy el legítimo rey del valle de Andorra, y cuidado con guardar los miramientos debidos á mi elevada clase, que si antes era estudiante de medicina, ahora soy lo que soy, y voto á...

—Pues para que yo crea que sois un rey, es preciso que no es enfadeis como un alférez de dragones.

Una carcajada de los demás locos siguió á estas palabras, que dijo el anciano con su imperturbable calma y dulzura. Despues añadió, dirigiéndose á algunos de los mejor vestidos:

—Venid acá, amigos mios; decidme de donde sois y que es lo que os falta para estar á gusto.

—Nosotros, dijo uno de ellos; somos franceses vivimos en París; en la Salpetriere mi compañero de la izquierda; en Charenton el de mi derecha y yo en Bicetre; tenemos allí buenas habitaciones buenas camas, buenas comidas, buenos baños, no nos maltratan los guardianes, un profesor sabio dirige el establecimiento, y nada se le olvida cuando se trata de nuestra comodidad y pronta curacion, es nuestro padre, no sale de la casa, sabe premiarnos y corregirnos á tiempo, nos acom-