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—Son locos que vienen hacia aquí, dijo Esquirol.

—Ciertamente, contestó Calmeill.

—¿Acostumbra V. á tener esas visitas? me preguntó Leuret.

Iba á contestar entre temeroso y amostazado; pero la puerta se abrió de par en par y una multitud de figuras estravagantes que se coló por ella gritando, me lo impidió: mi cuarto se llenó en un momento con aquella numerosa falanje, en la que habia unos vestidos con largas túnicas, otros con ropas destrozadas y otros, cual pudiera ir una persona cuerda, aseados y compuestos. El anciano, á quien al punto tuve por Pinel al ver el ascendiente de su mirada sobre aquella familia, les dirigió la palabra en estos términos:

—Hijos mios: ¿qué es lo que quereis? ¿en qué podemos seros útiles mis compañeros y yo?

—Nosotros, contestó uno que llevaba una corona de papel en la cabeza, somos una comision de los locos de las cuatro partes del mundo que venimos á manifestar á nuestro bienhechor nuestra gratitud por lo mucho que le debemos; verdad es que no se conoce aun en todas partes el sistema que hace cerca de medio siglo puso en planta Mr. Pinel, y que han perfeccionado los tres dignos profesores que aquí estan reunidos con él; pero sin embargo, mucho se adelanta, y nadie se atreve en el dia á sostener que la locura es siempre incurable.

—Bien, muy bien, hijos mios: pláceme en