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pupilas asustadas de los peces. Hasta que por un supremo esfuerzo, con la fuerza que las pulgas le imprimen a las cosas, una parte del barco esqueleto, se sacudió y flotó sobre las aguas.

Ahora esos restos de quilla, de herrajes oxidados, parecen dar gritos al cielo, al sol, a los rayos de los soles en las aguas, pidiendo su antiguo movimiento.

El mar reintegra aquel pasado a las orillas, y las olas se cuelan y juegan entre aquellos dedos, que claman por el impulso perdido, que guiaba el barco al camino de los mares.

Y otra vez las aguas se llevan aquel trágico esqueleto a su merced, y parecen vengarse de ese gesto de independencia del barco, que el océano había hecho suyo, y que para siempre debió reposar en el fondo de los mares.

Como era natural, la pulga lírica, le leyó lo escrito a otra pulga lírica, la cual le dijo que aquello estaba bueno para el siglo pasado, y lo encontraba bastante cursi. Que ella no se quejaba de lo lírico, pero que eso de lo lírico era como pescar, que se podía sacar en el anzuelo un pez de mala carne.

La pulga que había escrito se puso muy preocupada.

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