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no le contestó que se desaburriera. Pero la pulga, de pensamiento libre, pero tradición más fuerte, siguió con su molestia.

Otras preguntas le hacían sobre desaveniencias conyugales, muy frecuentemente de pulguitas con miedo a los actos sexuales. El filósofo no contestaba tales preguntas, porque no tenían la base natural de su filosofía y él no andaba ganando adeptos para su manera de pensar, sino que pensaba así, sin preocuparle en lo más mínimo el resto de las pulgas. Sin embargo su gesto desdeñoso se turbaba en algunas ocasiones: aquella indiferencia por la vida que le habían dado los prostíbulos, se empañaba al creer, que si los prostíbulos no fueran prostíbulos, perderían su encanto, y que para desvestir una pulga se necesitaba que estuviera vestida: era inmenso el peligro de convertir las cosas a claridad y llaneza.

También, mucho perturbó al filósofo, la prostitución de algunas pulgas que no eran prostitutas, porque no se entregaban, y jugaban con las pasiones de los señores pulgas, y sin embargo se codeaban con las pulgas que llamaban castas.

Y midió el filósofo, con la vara de la imaginación, en donde estaba la filosofía y en

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