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conquistando a otras pulgas, otro marido pulga se llevó su esposa. ¡Ah! y esto era terrible porque la vanidad y el mérito consistía en quitarle a los otros sus señoras pulgas, pero eso sí, salir ileso en lo que se refería al propio hogar. Lo más terrible era cuando al marido se le quería ir la pulga propia, entonces se le despertaba de nuevo la codicia, y se le hacía una novedad su bien usada pulga.

El mundo veía al marido con desprecio, la pulga esposa se aferraba en su idea del cambio de marido pulga, y el marido primitivo, al desdén de marido engañado, no le valían otras condiciones morales, la de no haber conservado a su esposa pulga, le anulaba el crédito para todo el resto de sus habilidades. Pués, engañado, sin esposa, y sin crédito.

Claro está que la pulga, tan metida en asuntos de la carne, la pulga filósofo sensual, llegó a desacreditarse, pero era visto como las cosas que se codician por prohibidas. Y hasta recibía consultas, porque como consta, dentro de las pulgas se había complicado muchísimo la sensualidad pulguienta. Una pulga de pensamiento libre le escribió al filósofo que eso de llevar el honor de la cintura para abajo le aburría muchísimo; el filósofo que era lla-

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