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EL CAPITULO DE LAS DECEPCIONES


E

L domador de pulgas se estaba quedando sin barba, porque se la jalaba, el sistema nervioso se le había descontrolado y se tiraba pelo por pelo, ya se había arrancado media barba. Tenía mucho miedo de volverse loco.

Y añoraba: cuanto más feliz era él, con sus pulguitas amaestradas, cuando tenía lentes para que cada espectador viera las acrobacias de sus pulgas, aquella pulga española que estuvo tanto años a su servicio tan trabajadora, de ojos penetrantes, tan regordeta, las pulgas italianas tan vivaces. ¡Oh tiempo! cuando él tenía a su servicio 500 pulgas, cuando de él vivía tanta gente, de sólo colectarle los animalitos, cuando de los hospitales y de los conventos le enviaban sobres llenos de pulgas de enfermiza pero penetrante inteligencia.

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