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ro, que solamente andaban buscando la sangre, su alimento; empezaban a sentir el azote de las diferencias. Ya una selva perfumada y cuidada para la amorosa hospitalidad, no era el rincón olvidado dentro de las obligaciones diarias y trabajo mecánico.

Unas pulgas, más grandes, indudablemente eran hombres, habrían de creerse de más capacidad, sin darse cuenta de que serían humildes servidores de las pulguitas pequeñas. Los pulgones empezaban a perseguir a las pulguitas, y se creaba lo bello y lo feo, y la envidia, sería el balance de los pulgones despreciados por las pulguitas.

El deseo del domador de crear una generación nueva, solamente parecía reflejarse en un pequeño grupo de renovadores, un grupo que por su agitación parecía descontento, ese grupor a su vez se desintegraría. Siempre quedaría una masa estúpida, que aceptaría buenamente todo lo que le ofreciera una minoría.

Se crearía el pago a las entradas de los teatros, para que al hacer gastar a las pulgas, fuera con la santa resignación de encontrar todo espectáculo maravilloso. La masa de pulgas tonta, se crearía tiranos, y se rebajaría a la absoluta nulidad, a la igualdad, para darle el po-

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