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la cabeza se le disminuía, y se le aumentaba el tórax como un fuelle vacío, y ya lanzaba gritos agudísimos: ¿No me reconoce usted? ¿No reconoce usted en mí a la pulga que se ha hecho hombre? Y de un salto, veinte veces más grande que su cuerpo, cayó sobre el domador. Y le chupaba la sangre, y se inflaba rojo el inmenso vientre del sabio, y en el borbotar, una voz agónica se apagaba:
Un Redentor. . . un Redentor...
FIN
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