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el que se metió a redimir pulgas, usted porque daba su sangre tuvo la osadía de sentirse un redentor, fue usted el que lanzó unas humildes pulgas, que eran felices, a la misma miseria de la humanidad. El sabio se pasaba la mano por la cara como si fuera una pata.

Usted miserable, continuaba el sabio, convirtió un mundo tranquilo, que lo único que hacía era procurarse la vida, y para quienes la vida, por esa simple razón, tenía especial e inmensa importancia, al más amargo e insondable de los precipicios. Tal vez usted aquí dentro de su encierro cobarde, no sepa que el mundo de las pulgas, actualmente se asesina y se denigra, por ambición de mando y por dinero, que también lleva en sí el deseo de mandar. Casi no existe pulga que se haya medio instruido, que no tenga ambición política, pulgas que siendo igual o muy parecidas a las otras pulgas, viven con la desesperación de gobernar. Ese terrible vicio del mundo, sostenido entre calumnias y crímenes. Ya el sabio daba unos brincos terribles impulsado por las piernas.

El domador aterrado decía:

—Un Redentor... un Redentor...

El sabio fuera de sí continuó:

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