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Biblioteca del Congreso Nacional de Chile — 94

En segundo lugar, y en oposición, se percibe en él un distanciamiento de los hechos de Santiago. Expresa un fondo de dudas al decir que ellos “parecen fijar” el feliz destino del reino habiendo mudado de un modo “demasiado satisfactorio y lisonjero” [1] la situación de Santiago. Esta perspectiva llevó justificadamente a Guiller mo Feliú Cruz a decir:


“Al separarse este g rupo de Diputados [el reformista] del Cong reso con el fin de explicar a sus comitentes de las provincias la conducta de los moderados y realistas que los dejó sin representación en la Junta de la Autoridad Ejecutiva, O’Higgins, a diferencia de sus colegas que deseaban transfor mar el orden de las cosas establecido por un movimiento revolucionario, del cual se hizo cargo José Miguel Carrera con el cuartelazo del 4 de septiembre de 1811, fue contrario al procedimiento y no lo aceptó” [2].


El pensamiento del prócer es transparente: lo rescatable de lo sucedido en Santiago es la reposición de los diputados provincianos que se habían separado y la recuperación del número de diputados que se le había asignado a Santiago. Es decir, la recuperación de la institucionalidad establecida jurídicamente, garante de la soberanía popular. El procedimiento en la capital no fue el más eficaz para subsanar el cáncer político que devoraba al reino, como si lo fue la creación de la Junta Provincial en Concepción y su dependencia en Los Ángeles.

Por su parte, al recordar la formación de la Junta en Concepción, José Miguel Carrera escribió en su Diario:


“No debemos negar que aquel día se entronizó el patriotismo, y que todos los depuestos lo fueron justamente. Rozas era patriota, pero el interés personal era su primer cuidado; a esta mala cualidad añadía la de ser mendocino y muy adicto al Gobier no de Buenos Aires. Él quería ser otro Washinton (sic), pero le faltaba el valor y las más de las virtudes que adornaban a aquel grande hombre. Muchas de las peticiones del pueblo se dirigían a asegurar el poder de Rozas; verdad es que no conocía la Concepción otro hombre capaz de dirigirla” [3].


El nuevo Congreso

Al finalizar septiembre, el Congreso presentaba una nueva fisonomía bajo el influjo directo o indirecto de los movimientos revolucionarios de Santiago y de Concepción. Casi todos los partidos habían renovado sus poderes a sus diputados que habían abandonado sus funciones a comienzos de agosto. La excepción fue Coquimbo, que tenía dos diputados. Como una forma de mostrar su desaprobación por la conducta de la anterior mayoría del Congreso, el Cabildo sólo había renovado los poderes a Manuel Antonio Recabarren, de tendencia radical, mientras el presbítero Marcos Gallo, de tendencia moderada, había sido reemplazado por Hipólito Villegas, de orientación radical. Por otra parte, el

  1. Ibídem.
  2. Feliú, op. cit. p. 19.
  3. Carrera, op.cit., p. 14.