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Biblioteca del Congreso Nacional de Chile — 69
más justa a las circunstancias del reciente atentado del 1° de abril, resolvió la cuestión a mejor oportunidad. Hoy, que es el último momento hábil, protestamos y decimos de nulidad por este aumento, entretanto que, noticiadas las provincias oficialmente, se declara la voluntad general en un particular que ha de obligar a todos.
Santiago, 24 de junio de 1811.- Dr. Juan Pablo Fretes.- Antonio de Urrutia y Mendiburu.- Pedro Ramón de Arriagada.- Bernardo O’Higgins.- José María Rozas.- Manuel de Salas.- Manuel de Recabarren.- Juan Esteban Fernández Manzano.- José Antonio Ovalle y Vivar.- Agustín de Vial.- José Santos Mascayano.- Luis de la Cruz” [1].


Leída en la sala, por el secretario José Gregorio Argomedo —a petición de O’Higgins—, la desaprobación fue contestada por el Diputado José Miguel Infante quien pidió a la minoría suspenderla hasta obtener un pronunciamiento del país. Con tal fin se comprometió en que de ser adversa la consulta para los diputados elegidos por la capital, significaría que éstos, obligatoriamente, se subordinarían al dictamen nacional. Aceptada la respuesta por los diputados que protestaban, todos quedaron a la espera de la solemne inauguración del Congreso el próximo 4 de julio de 1811.


Instalación del Congreso Nacional

El día de la inauguración, los vocales de la Junta de Gobierno, los Diputados (gran parte de los cuales no asistió a la ceremonia), los miembros del Tribunal de Justicia, del Cabildo y de la Universidad de San Felipe, los prelados y los jefes de los cuerpos militares se reunieron en el ex Palacio de la Real Audiencia para luego dirigirse a la Iglesia Catedral donde el Vicario Capitular, José Antonio Errázuriz, celebró una misa solemne y el sacerdote Camilo Henríquez [2] predicó un extenso sermón.

Henríquez comenzó su alocución aludiendo al Congreso que se inauguraba, como “la alta representación del Estado” que, a través de la ceremonia eclesiástica, mostraba su convencimiento de que su conducta actual era confor me a la religión católica y a la equidad natural, de las cuales emanan los eternos e inalienables derechos con que Dios ennobleció a todos los pueblos del mundo.

El orador justificó el movimiento revolucionario al reconocer que la ceremonia era un homenaje a la justicia y amabilidad de la religión que jamás


“aprobó el despotismo ni bendijo las cadenas de las ser vidumbre [...] elevada como un juez integérrimo e inflexible sobre los imperios y las repúblicas, miró con igual complacencia estas dos for mas de gobierno [...] considera a los gobiernos como ya establecidos, y nos exhorta a su obediencia. Pero los gobier nos, como todas las cosas humanas, están sujetos a vicisitudes [...] . Los estados nacen, se aumentan y perecen. Cede la metrópoli a la fuerza ir resistible de un conquistador;
  1. Archivo Nacional, op. cit., Tomo I, pp. 113 -115 . Los doce fir mantes son los que pertenecían al bando más radical en el Congreso.
  2. No hacía mucho tiempo que fray Camilo Henríquez estaba viviendo en Santiago, pero ya era conocido entre los patriotas moderados y radicales como un hombre culto que adhería al movimiento revolucionario; por eso se le había encargado la proclama que circuló en la capital antes de las elecciones de diputados y el presente sermón.