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Biblioteca del Congreso Nacional de Chile — 51

Estaba surgiendo ese líder de la revolución chilena, que referido mayor mente a la actividad militar, Miguel Luis Amunátegui Aldunate —que no era un “o’higginista”—, representó así:


“Era la primera reputación militar de su tiempo: su valor era proverbial; sus hazañas for maban la conversación del soldado en los cuarteles; su arrojo había asustado en más de una ocasión al mismo San Martín, que continuamente se v eía forzado a calmar la impetuosidad de su amigo en la pelea. Los militares le admiraban, porque nunca se había contentado con ordenar una carga, sino que siempre había dado el ejemplo marchando a la cabeza. Había combatido en cinco campañas por la libertad de la patria, y había tenido la gloria de fir mar la proclamación de la independencia [...] . El prestigio de la gloria se unía para eng randecerle a los ojos de sus ciudadanos con el afecto de la gratitud inspirada por sus servicios” [1].


Treinta años más tarde, en febrero de 1841, Bernardo escribió a su casi her mano el sacerdote Casimiro Albano, quien fuera su compañero de juegos en Talca cuando niños, recordando su ingreso a la vida pública:


“Desde el primer día que entré a la vida pública, hasta el presente, he considerado ser de la mayor importancia establecer el principio que el amor a la Patria debe constituir el resorte principal de las acciones de todo hombre público, y g racias a Dios que me ha concedido fuerzas suficientes para obrar fir memente sobre ese principio durante tantas pruebas y tentaciones a que he sido expuesto, en mayor g rado que lo más de los hombres. Fue solo ese principio que pudo inducir me, en tiempos que poseía juventud, salud y abundante fortuna, a consa grar me en una empresa que según todas las probabilidades debería causar me la confiscación de mi rico y poderoso patrimonio y de todas mis propiedades, y arrastrar me a una muerte prematura en el campo de batalla o a un cadalso del soberbio y tirano español. Fue solo ese principio que pudo obligarme a mirar con desprecio la nueva pobreza que sufrí en presencia de víctimas tan inocentes como madre, her mana y demás familia por cerca de dos años después de la batalla de Rancagua, y sobrellevar la intensa ansiedad y tremenda responsabilidad que atendió al ejercicio del poder dictatorial por seis años, bajo de circunstancias y dificultades sin ejemplo. Y, finalmente, fue solo ese principio que pudo vencer me a extinguir el fuego de indignación, naturalmente excitado por la baja ing ratitud desplegada hacia mi, en diciembre de 1822, para perdonar en el siguiente mes a todos mis enemigos, en circunstancias de encontrar me a la cabeza de tropas valientes y dueño de cinco millones de pesos” [2].


Palabras veraces sobre hechos ciertos que llegan a ser ejemplares para todo aquel que en cualquier época asuma en Chile, por amor a la Patria, el servicio público como su destino, viviendo para la política y no de la política.

  1. Amunátegui Aldunate, Miguel Luis. “La dictadura de O’Higgins”. Imprenta, Litografía y Encuader nación Barcelona. Santiago de Chile, 1914, pp. 26-27.
  2. Valencia, op. cit. “Pensamiento de O’Higgins...”, op. cit. pp. 37 -38.