reunidos en un documento titulado “Consejos de un viejo sudamericano a un joven compatriota al reg resar de Inglater ra a su país”. El original de este escrito no existe. Benjamín Vicuña Mackenna lo transcribió al castellano desde una traducción jeroglífica del secretario irlandés de O’Higgins, John Thomas. El mismo Vicuña escuchó decir que Bernardo, desobedeciendo las instrucciones de Miranda, que le habría pedido estruirlo después de su lectura, habría ocultado varios años el escrito, llevando cosida en el forro de su sombrero, una copia del documento escrita por él mismo.[1].
En algún momento, Bernardo tomó en cuenta una de las recomendaciones de Miranda, según la cual entre los campesinos del sur de Chile, acostumbrados a lidiar con los indígenas, podía encontrarse buenos soldados cuya “proximidad a un pueblo libre, debe haberlos llevado a la idea de libertad e independencia” [2]. Para comprobarlo, asistió a un parlamento con los pehuenches en Negrete convocado por el presidente Muñoz de Guzmán. Mucho tiempo después le comentó a John Thomas que, además del sentimiento de orgullo al comprobar el afecto con que los viejos caciques recordaban a su padre, descubrió que los dragones de la frontera y los milicianos que estaban allí, aunque mal ar mados y peor vestidos, servirían algún día como base para el ejército revolucionario [3].
Entre otros consejos, Miranda le pedía en el escrito no olvidar que aparte de Inglaterra y de los Estados Unidos, no había otra nación “en la que se pueda hablar una palabra de política, fuera del corazón probado de un amigo” [4]. Por ello le sugería que una vez instalado en Chile, eligiese sus amigos con el mayor cuidado. Sobre sus futuros confidentes le consejaba desconfiar de todo hombre que hubiera pasado de la edad de 40 años, a menos que le constara que era amigo de la lectura, en particular de los libros prohibidos por la Inquisición.
Por otra parte, Miranda le advertía que aunque “la juventud es el período de los sentimientos ardientes y generosos” [5], y por ello entre los jóvenes se encuentran muchos prontos a escuchar y fáciles de convencer, también “es la época de la indiscreción y de la irreflexión” [6], por eso son de temer tanto estos defectos de los jóvenes como la timidez y la preocupación en los viejos.
También Miranda lo prevenía de caer en el error de creer que porque un hombre tiene una corona en la cabeza o se sienta en la poltrona de un clérigo, es un fanático intolerante y un enemigo decidido de los derechos del hombre. Por su experiencia, decía conocer que en esta clase de hombres se dan los más ilustrados y liberales de Sudamérica, pero lo difícil es encontrarlos [7].