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Biblioteca del Congreso Nacional de Chile — 105

militar no había sido preparada para perfeccionar el carácter representativo de la Junta y del Congreso, ni para establecer nuevas reformas que consolidaran lo mejor de lo ya realizado, sino que su objetivo había sido llevar al poder a José Miguel Carrera. La única figura que se hacían de él como líder futuro, “por su carácter impetuoso y absorbente, [era la de un] dictador peligroso para la libertad interior y aun para el afianzamiento de la revolución” [1]. Dada la irreversibilidad de lo sucedido, la única salida que se encontró fue acompañarlo en el gobierno por dos patriotas ejemplares, con la fortaleza para hacer sentir su voluntad en el gobierno.

La decisión condicionada adoptada por Bernardo no podía traer paz a su espíritu. Ella misma lo colocaba —como lo entendió Vicuña Mackenna— en una situación incómoda:


“una posición violenta a la dignidad de su carácter, no menos que a la pureza de su patriotismo, que nunca fue manchado por ningún egoísta impulso de propia ambición. Su embarazo nacía de que veía violada su propia conciencia en el escándalo de haber der rocado el gobier no establecido por el acuerdo general y en lo difícil que le era eludir la responsabilidad de su nuevo puesto, porque hecho miembro de aquel gobierno en representación de la provincia de Concepción, como Marín lo era por la de Coquimbo, no podía resolverse a renunciar su cargo, pues esto equivalía a conferir la dictadura absoluta en la persona de Carrera” [2].


José Gaspar Marín también se había excusado de aceptar el puesto, pero fue obligado a aceptarlo por razones patrióticas.

La respuesta de Concepción, aprobando la conducta de O’Higgins, llegó tres semanas después a sus manos. En ese lapso habían sucedido hechos que permitieron a los diputados reconocer la bondad de la selección de Gaspar Marín y Bernardo O’Higgins como vocales de la nueva Junta.


Disolución del Congreso Nacional

La aceptación de José Miguel Carrera de ser acompañado en la Junta por Martínez de Rozas, o por su suplente O’Higgins, obedecía, sin dudas, a un cálculo político. Antes de consolidar definitivamente su poder en el reino prefería, si no la neutralidad, al menos la falta de confrontación con Concepción, considerada la segunda capital del reino, donde campeaban soldados y cañones y en donde residía Juan Martínez de Rozas, que tanta adhesión había recibido por parte de ella desde el inicio de la revolución y que había dado todo su apoyo a la Junta Central que Carrera había reemplazado.

El 20 de noviembre, con su sola firma, Carrera hizo público un manifiesto, que también envió a Concepción. En él justificaba la necesidad del nuevo gobierno porque, con la junta anterior, a pesar

  1. Ibíd. p. 34.
  2. Vicuña Mackenna, “El ostracismo del General...”, op. cit. p. 142.