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Raquel Camaña

ño haciéndole apreciar la distancia social que los separa.

Hamlet la ama actualmente; lo cree. 'Pero razones de Estado le impedirán esposarla: "Durante la juventud no crece tan sólo el cuerpo en fuerza y en tamaño; el corazón se desarrolla juntamente y las funciones internas del alma se extienden y se agrandan con el templo donde el alma reside". De ahí que "la juventud tenga casi siempre en ella misma el peligro mayor, aun cuando no la cerque ningún otro enemigo".

Hamlet, cuando resuelve vengarse, decide borrar de la memoria todo el pensamiento frívolo o insensato, todo vestigio, toda huella del pasado. Bien a su pesar resurge el amor en su carta a Ofelia: "Dudad que los astros sean de fuego; dudad que el sol se nueva; dudad que la verdad sea la verdad; pero no dudéis de mi corazón", y en el grito desesperado: "No os he amado jamás", seguido de sarcástica, maldición cuando el azar pone a Ofelia en su camino.

Este amor sofocado, que como oleaje impetuoso bate y socava a veces el dique de su razón, humaniza a Hamlet, reviste de sentimientos, de impulsos, de pasión carnal a su espiritual filosofía religiosa.

No vió el pesimista, como no vió o no pudo realizar Nietzsche, que el equilibrio del intenso pensar humano está en el profundo amar: la vida afectiva es cimiento y cimera de la vida intelectual.

Casi divino, cuando piensa; al amar, poderoso y tétrico como ángel caído; por debajo del hombre, al actuar... Inharmonía, debilidad que lo lleva a disfrazarse con la máscara de la locura. Mas la demencia, cual túnica de Neso, se hace carne en el que la viste.

Así Hamlet, oculto bajo la capa de fingido extravío, se siente a veces presa de él.

Y entonces nos es más caro, cuando Ofelia lo llora "semejante a una sombra escapada de los infiernos